El andar del colectivo mostraba un largometraje de historias inconclusas, que obligaban a la joven completarlas con fantasías. La irrupción de un flaco con la mecanizada frase “uno veinte, por favor” la distrajo. Colocó una moneda de un peso, y luego dos de diez centavos. Instantáneamente la máquina devolvió todas las monedas, obligandolo a repetir la anterior escena. La chica ya había estudiado sus zapatillas, la caída de su pantalón y la tan excéntrica boina que él llevaba. El observó su alrededor para divisar un asiento vacío, se topó con la mirada de ella y se sentó a su lado. Ella apartó su mirada de la de él cuando ambas se encontraron. Desplazándola hacia la ventana, sólo al vidrio, sin penetrar en el trasfondo. El la miraba sin vergüenzas de ser descubierto, más bien queriendo transmitir por sus ojos la certeza de querer conocerla. En un intento fallido de disimulo, la chica volteó su cabeza para el lado donde él estaba, sosteniendo una mirada perdida más allá del muchacho. En sólo dos paradas, él, en una actitud decidida y segura, dijo: “Sos muy linda.” Ella un tanto sonrojada, pero sonriente, bajó su mirada aceptando con ese gesto el piropo.
Así comenzaba una amena charla de presentación entre dos extraños que querían conocerse. Sin miedos impuestos, se dejaban llevar por el colectivo. Una historia así no puede más que finalizar con un sonido. Un estruendoso timbre que sustituye el punto final de una nueva fantasía.
Mujer M.09