domingo, 29 de agosto de 2010

Madre Revolución

La habitación resplandecía en blancos. La niña acariciaba suavemente la mano arrugada, blanda, suave y casi helada de la anciana. El contacto con esas manos, el recuerdo de esas manos antes tan cálidas, ahora tan frías, era de una ternura angustiante. Jamás la olvidaría.

Le hablaba en susurros para no despertarla. Le contaba las historias de la revolución para no dejarla dormir eternamente, las mismas que escuchaba de más pequeña. Paradójico era que los mismos cuentos una vez contados para dormir sean hoy contados para despertar. Inagotable deber de susurrar historias. Capaz si las hubiera contado de otro modo, si las hubiera gritado, si las hubiera cambiado, si hubiera inventado otras el final no sería tan obvio, tan evidente.

Los dedos dejaron de moverse al sentir que esa piel tan maravillosa se convertía en hielo. Pequeñas gotas tristes recorrían un camino ya conocido por el rostro de aquella niña. Los murmullos no cambiaron la verdad. Las gotas seguían brotando, como brota el agua del cielo. Aprendió que las memorias han de gritarse para despertar las mentes cansadas de tanta miseria.

Secó sus lágrimas, no había más tiempo para ellas, buscó su fusil olvidado, un lápiz, un cuaderno en blanco y abandonó la habitación para siempre.


babi 29.08.10

domingo, 22 de agosto de 2010

Fragmento: "Los Pasos Perdidos" de A. Carpentier


Estas reflexiones me llevaban a pensar que la selva, con sus hombres resueltos, con sus encuentros fortuitos, con su tiempo no transcurrido aún, me había enseñado mucho más, en cuanto a las esencias mismas de mi arte, al sentido profundo de ciertos textos, a la ignorada grandeza de ciertos rumbos, que la lectura de tantos libros que yacían ya, muertos para siempre, en mi bibloteca. Frente al Adelantado he comprendido que la máxima obra propuesta al ser humano es la de forjarse un destino. Porque aquí, en la multitud que me rodea y corre, a la vez desaforada y sometida, veo muchas caras y pocos destinos. Y es que, detrás de esas
caras, cualquier apetencia profunda, cualquier rebeldía, cualquier impulso, es atajado siempre por el miedo. Se tiene miedo a la reprimenda, miedo a la hora, miedo a la noticia, miedo a la colectividad que pluraliza las servidumbres; se tiene miedo al cuerpo propio, ante las interpelaciones y los índices tensos de la publicidad; se tiene miedo al vientre que acepta la simiente, miedo a las frutas y al agua; miedo a las fechas, miedo a la leyes, miedo a las consignas, miedo al error, miedo al sobre cerrado, miedo a lo que pueda ocurrir.


A veces es mejor citar a los grandes...