Invitados

El peso sobre mis hombros

Las heridas de un pasado incierto,
se descubren con la llegada de cada mañana,
ya que con el primer aroma anhelante,
se destaca un bramido incesable.
La hambruna acecha desnuda,
potente y arrogante,
mis cabellos y uñas frágiles como el filamento,
descienden como las hojas lo hacen al suelo.
Una adicción exorbitante,
gobernante e incontrolable,
que proyectó distorsión en mi imagen,
y otras nuevas necesidades.
Las agujas atrancadas en el cuarenta y cinco,
y cierta disconformidad se manifiesta en mi cuerpo,
al visualizar aquellos números tan significantes,
que sólo desgracia me traen.
Rutinas diarias impuestas,
cuarenta días transcurridos,
y con un agujero tan intenso y punzante,
que se acotó aquel fluido femenino y simbolizate.
La piel adherida a mis huesos,
y despojada de toda fuerza,
que equivaldría a la misma lucidez de una polilla,
buscando alguna fuente de energía.
Ya consumida, cohibida y con el cuerpo maltrecho,
siento júbilo cuando descubro los números de la balanza,
no sólo porque había manipulado sus marcas,
sino por la magnitud del cambio que había provocado.

Cristina Verstraeten, junio 2010

Un paseo por los sueños de una niña

No llevaba registro del camino que mis pies recorrían a través del inmenso campo, aunque siempre procuraba mantenerme entre los límites impuestos por mi papá. O esa había sido mi intención; no tenía recuerdo del momento preciso en que desobedecí inconcientemente sus palabras.
No miraba hacia atrás, sino que seguí hasta verme hallada dentro de un túnel desconocido. Sí, un túnel por el cual me sumergí en busca de nuevos retos. Invadida por la curiosidad, llegué a imaginarme que iba adentrándome en un túnel del tiempo, que quizá, cuando saliera por el otro extremo, me hallaría a cuentos de años en el pasado. A lo mejor de cuando las mujeres vestían finos corsés, o de cuando los dinosaurios pisaban la tierra… ¡Lugares increíbles!
Fue así, flotando sobre mi nube de mundos, que una luz me cegó. Era preciosa, y no dudé ni por un instante que sería mi puerta a otra época.
¿Los viquingos, quizá?
Encandilada, me acerqué cada vez más, sumergiéndome en un profundo deseo. Entonces, cerré los ojos.
Al momento de abrirlos nuevamente, no tuve el tiempo de reaccionar frente a lo que se aproximaba hacia mí sin control, ya que de un segundo para el otro, me encontré perdida en medio de las vías.

Cristina Verstraeten, enero 2011

 

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