Tenía cuarenta años de abstinencia. Sus pliegues se habían ampliado, las manchas ya eran un cuerpo. Con el tiempo, sus curvas de turmalina se fueron desvaneciendo, como todo el resto de su ser. Pensaba que ya era tarde, que nunca iba a conocer eso de lo que todos saben y nadie habla.
Todas las tardes recorría los campos de lavanda. Allí donde los recolectores pasan sus tardes trabajando. Con su andar apechugado disimula el goce que experimenta al mirarlos.
Una abeja se posó en uno de sus pechos y con una sensualidad mortal clavó su aguijón. Sus cuarenta años largaron un gemido placentero. Ella imaginaba que así era como se sentía. Los recolectores la miraron. Era la primera vez y ella se sonrojó hasta la médula. Percibía como todos sus sentidos, todas sus arrugas cambiaban de color. Imaginó que también así era como se sentía.
Decidió irse, muchas sensaciones en un día. Tenía que sacarse el aguijón antes que se pudra agregándole una roncha más a su cuerpo de manchas.
Un recolector la seguía de cerca, el grito de dolor le había recordado de su sequía. Necesitaba agua, necesitaba hidratarse.
A la sombra de la higuera la tomó del brazo.
- Agua, necesito que me des agua.
- No tengo agua, estoy reseca -. Respondió ella con un nudo en la garganta. Eran las primeras palabras que decía después de muchos años, casi cuarenta.
La sombra y la higuera los envolvían sin descanso, como los tentáculos de Hokusai. Sus ojos hacían contacto y sus extremidades comenzaron a enredarse. Prendas de tela cubrían los suelos. Como una epifanía, un cuerpo de turmalina reapareció. El recolector se quedo ciego. Ya no veía, no importaba, no necesitaba de la vista, el tacto lo era todo. La sed saciada lo convertía en el ser más ambicioso. Clavó sus uñas en la clavícula de mineral. El olor de la spica relucía por el sudor.
La mujer se convirtió en un híbrido de lavandas y minerales. El recolector reconocía cada parte con sus gastadas yemas. La corola de la mujer con el labio superior recto, erguido y envuelto por dos lóbulos carnosos se hundió en la tierra. En un intento desesperado el recolector, transformado en abeja, polinizó la flor con furia para fertilizar el estigma. Todo el magma atrapado salió a la superficie en un estampido de voluptuosidades.
Y ella pensó, es así como se sentía. Ya no le quedaban ni los cuarenta años de abstinencia.
babia. 09