Los pensamientos la mantenían repitiendo esos movimientos una y otra vez.
Grande y pequeña. Pequeña y grande aquella simpática pelusita roja.
Más de un cuarto de hora observando los cambios morfológicos de los hilos, mientras su mente permanecía intacta.
Su cerebro hablaba mil idiomas. Uno solo se oía más claramente. La pena. La angustia, esa maldita angustia. Ese fuera de control. Esa pena que no tiene llanto. Esa para la cual las lágrimas son innecesarias. Esa pena que viene, permanece y luego queda el estupor, la inmovilidad mental que solo escucha miles de murmullos en idiomas irreconocibles y que grita pena. PENA. Esa que es tan potente que es parecida a la nada.
La pelusita se iba ennegreciendo poco a poco. Más de una hora había pasado. Un ruido exterior ahuyentaba la paz de la pena. Difícil era salir del trance. El despertador de la radio se había activado y sonaba de fondo la voz de Don Ata.
Cae lentamente al piso la pelusita. Vuelve bruscamente la realidad.
Ella lo mira, lo recuerda, toca su cuerpo y siente su calor. Deja caer sus párpados para sentir solamente. Y solo siente. No más idiomas, no más voces. Solo siente. Siente la temperatura, siente la música. Solo siente… solo siente.
Dicen que en una noche oscura un niño miraba por su ventana como una pequeña pelusita roja se dejaba llevar por el viento. Dicen que buscaba a su dueña. Dicen que la habían abandonado para siempre.
babi. 21.12.11 (00.02hs)