Ansiedad, intriga, ansiedad, intriga, más ansiedad, más intriga. Devoraba las letras, las palabras, las páginas una por una con una paciencia voraz. Por fin el momento esperado, derramaba la última lágrima cuando cerró el libro. Miró detenidamente la contratapa, disfrutando ese minuto único e irrepetible. Después no supo que hacer, sentía como iba cayendo en un vacío oscuro, infinito.
Murió, se repetía incansablemente. Murió y tal como le había dicho el que decía ser su padre, murió arrepentido. Esas palabras eran las que de su mente salían. No quedaba nada.
Tanteo con una mano para buscar sus cigarrillos. Se prendió uno, se prendió otro. Su cuerpo era un hueco que inhalaba y exhalaba humo.
Esa palabra terminante no dejaba de repetirse.
- Murió… murió…
El olor al tabaco inundaba la habitación. Los ojos llorosos, no se si por el humo o la tristeza, miraban algo invisible ubicado entre el aquí y el allá.
Sus músculos petrificados en un pensar perenne, imperecedero, extinto. Intentó moverse pero su cerebro no pensaba en otra cosa que no fuera ese concluir.
Un mosquito perdido en la niebla del cuarto empezó a distraer el pensamiento. Se vio a si misma pensando otra cosa.
-Murió… ¿Quién? ¿El mosquito?
dedicado a los que no les gusta terminar un libro
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