En honor a su presencia, el séquito de mujeres, embriagado de locura, sacó a relucir sus coballos andaluces.
Las calles de arena ahora tapizadas de felpa eran incaminables.
Entre todo el revuelo un granito de arena se posó en la pupila del honorado, dejándolo ciego de un ojo. Ahora lo inmolaron por santo, los coballos andaluces quedaban cortos para la nueva divinidad.
- ¡Sacrificio! - Gritaron los hombres de la tarima.
- ¡Sacrificio! - Respondió el séquito de mujeres.
Se miraron a los ojos. Miles de miradas se enredaron y cayeron al piso. El momento rojo había llegado.
Las calles de arena y felpa ahora tapizadas de colores sangre.
El honorado, ciego, santo, divino, sacó una moneda del bolsillo y sin importarle su destino final, la lanzó al aire, dejando ciega a una mujer del séquito.
- ¡Nueva diosa! - Gritaron los hombres de la tarima.
- ¡Nueva diosa! - Respondió el séquito de mujeres. Todas menos una, la víctima de la moneda, que moría desangrada.
* Ciudad, pueblo.
Las calles de arena ahora tapizadas de felpa eran incaminables.
Entre todo el revuelo un granito de arena se posó en la pupila del honorado, dejándolo ciego de un ojo. Ahora lo inmolaron por santo, los coballos andaluces quedaban cortos para la nueva divinidad.
- ¡Sacrificio! - Gritaron los hombres de la tarima.
- ¡Sacrificio! - Respondió el séquito de mujeres.
Se miraron a los ojos. Miles de miradas se enredaron y cayeron al piso. El momento rojo había llegado.
Las calles de arena y felpa ahora tapizadas de colores sangre.
El honorado, ciego, santo, divino, sacó una moneda del bolsillo y sin importarle su destino final, la lanzó al aire, dejando ciega a una mujer del séquito.
- ¡Nueva diosa! - Gritaron los hombres de la tarima.
- ¡Nueva diosa! - Respondió el séquito de mujeres. Todas menos una, la víctima de la moneda, que moría desangrada.
Mañana sería un nuevo día. ¡A guardar los coballos andaluces!
* Ciudad, pueblo.
babia. o9
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