domingo, 22 de noviembre de 2009

Ya escribieron sobre mí

Había resuelto no sonreír nunca más. Demasiadas palabras sin contraste. El botox era una solución. Pero para ser fiel a sus valores, la decisión de no gesticular era mucho mejor.

Caminó hasta el rincón donde guardaba su cuaderno, sacó la lapicera del bolsillo, tres clics’s y escribió:

¡Qué ridícula la falsa felicidad!

El rostro estático demuestra el luto frente al mundo.

Apretones de manos, abrazos, roces, besos, risas, lágrimas; ¡todas ellas manifestaciones del ser incompleto!

Pasaba tardes enteras aburriéndose frente al cuaderno de tapas de cuero. Observaba los pliegues del estampado, los recorría hasta formar la figura de una llama sonriente. Totalmente ridículo, le daba más bronca.

- ¿Una llama que sonríe? ¡Están todos locos! -. Gritaba desesperanzado.

Se sentía el personaje de tantos libros. Siempre comentaba que todos los escritores sombríos habían escrito sobre él. Pero, a su criterio, ninguno había encontrado el final perfecto.

- Al parecer tengo dos soluciones. Encontrar el teatro solo para locos o intentar suicidarme y tener un sueño flashero que me muestre la posibilidad un mundo amoroso. Mi personaje casi nunca termina en el suicidio. Por más que lo intente, siempre encuentra la risa. Los finales felices nunca me gustaron, soy un ermitaño de pura sepa.

Las tardes de lluvia, como es de esperar, eran sus favoritas. Sin escaparnos de los clichés, el ermitaño salía a caminar con su tapado gris bajo el agua, siempre en busca del fantástico final que revolucionaría la literatura de su vida. En esos recorridos por la cuidad visitaba lugares insólitos para inspirarse.

Una vuelta entró a un teatro revisteril. Se lo ocurrió que para darle un toque espectacular a su final podría convertirse en diva. Otra vez, decidió hacerse titiritero de un teatro under. Un mes trabajó en un restaurante de comida rápida. Barajó la opción de dejarse consumir por el sistema y no parar nunca de comprar pelotudeces inservibles. Ningún final lo convencía.

Cruzaba las vías del tren con los ojos cerrados, para sentir en un momento una ansiedad que lo ilumine, pero nada sucedía. Estaba bloqueado, con razón nadie había encontrado el episodio con cual terminar su vida.

- Simplemente no existe. Me dijo la última vez que lo vi.


babia. 09

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